Article publicat originalment en català al diari Ara del 11/02/23
Hoy sábado se celebra la gala de los Premios Goya, y la película con más nominaciones es As bestas, que opta a diecisiete premios. «Los eólicos ya tienen su Alcarràs«, me decía un compañero del sector fotovoltaico. En poco tiempo nos encontramos con otra película en la que el conflicto gira en torno a una instalación de energía renovable. Volvemos a ser los «malos» de la película, pensé. El sábado fui a verla al cine de mi pueblo, el Alhambra de La Garriga, y es gratificante ver cómo después de diez semanas en proyección todavía presentaba una buena entrada.
A diferencia de Alcarràs, donde en un artículo anterior la taché de película de ciencia ficción, por la imposibilidad de que en Cataluña se arranquen melocotoneros para hacer un parque fotovoltaico (la ley no lo permite), en As bestas Rodrigo Sorogoyen se basa (libremente) en un caso real ocurrido en 2010 en un pequeño pueblo semi-abandonado de Galicia. Muestra el conflicto entre unos vecinos por la decisión de aceptar o no el importe que un promotor les propone para realizar un parque eólico.
As bestas es una gran película. Es dura, y está hecha con una gran sensibilidad, con unos personajes tan auténticos y grabada de una forma tan realista (con planos de cámara a pocos centímetros de las caras) que enseguida te encuentras en las casas de los protagonistas. Además del conflicto del parque eólico, trata del amor, de la relación entre padres e hijos, y entre vecinos, de que no necesariamente debes haber nacido en un lugar para sentirte plenamente, y de la importancia de la educación en el abandono o la precariedad rural. Entonces, ¿qué veo de poco acurado desde mi punto de vista del sector de las renovables?
Antoine y Olga son un matrimonio francés, con un nivel cultural alto, que han decidido pasar el resto de sus días en ese lugar, cultivando su huerto ecológico y vendiendo los productos en mercados de la zona. Se nos quiere mostrar que es posible vivir dignamente en un entorno rural, que no es necesario abandonarlo. La película no nos muestra el detalle del proyecto de parque eólico, no sabemos cómo les afectaría al matrimonio francés, y éste es el problema, lo que no muestra la película: que un parque eólico sería plenamente compatible con el estilo de vida de los protagonistas. Las actividades que se muestran (agricultura y ganadería) se pueden seguir realizando perfectamente con un parque eólico cercano. Los rebaños pueden seguir apacentando, y Antoine podría seguir cultivando su huerto. Nunca se ponen los aerogeneradores tan cerca de las casas. Los pies de sus torres ocupan muy poco espacio, y entre ellos se puede seguir realizando la misma actividad, no es un recinto cerrado.
Pero, como en Alcarràs, nos encontramos también con escenas muy poco realistas de una instalación renovable. La escena de Antoine al pie de un aerogenerador, como si fuera un Quijote enloquecido frente a los molinos, es la única escena irreal de la película. Un aerogenerador no hace el ruido ensordecedor que nos muestra, ni mucho menos. A doscientos metros su ruido es de unos 46 decibelios, comparables al ruido de una oficina o biblioteca. A cuatrocientos metros es comparable al sonido de una nevera. Por eso se considera que a la distancia mínima a respetar, de quinientos metros, no existe ninguna afectación acústica. El impacto de los aerogeneradores es puramente visual, estético, nada más.
Y ésta es la contradicción del personaje principal. Antoine peca del ecologismo local y corto de miras, del efecto NIMBY (el acrónimo en inglés de ‘no en mi patio’). ¿De dónde cree que le viene la luz de casa? Es imposible que tenga suficiente con los tres paneles fotovoltaicos (contados) que se ve que tiene en casa. Habría muchos más, y un sistema sobredimensionado con baterías si quisiera vivir aislado de la red eléctrica, y eso no sería óptimo. Lo más eficiente es compartir energía con la red, sustituyendo las energías fósiles por energías limpias. ¿Que no le preocupa el mundo que deja a su hija y su nieto que viven en Francia? ¿No debería vivir más plenamente si, además de la vida que lleva con su huerto ecológico, pudiera también contribuir a generar energía renovable con el parque eólico de su zona?
Luchar contra el cambio climático implica realizar la transición energética, dejar de importar y quemar combustibles fósiles, cerrar las nucleares y generar localmente con energías renovables. Y esto lógicamente tiene un cierto impacto, no basta con poner paneles fotovoltaicos en las cubiertas. Son necesarias también instalaciones sobre terreno, velando para que este despliegue de renovables se haga de la manera más ordenada y consensuada posible. Sin embargo, hay que empezar para admitir que el paisaje que vemos desde nuestra casa no puede mantenerse inalterado. Nuestro huerto también sufre la crisis climática, y esto Antoine debería saberlo.
Manel Romero, ingeniero industrial, socio de SUD Renovables y codelegado de UNFECAT.
Hola,
Interesante crítica, me ha hecho reflexionar.
Como técnico de transición energética en entornos rurales, la instalación de parques renovables en zonas poco modificadas por el ser humano y con poca población es un hecho con el que nos estamos encontrando cada vez más, y genera mucho debate sobre cuestiones ambientales, demográficas, económicas y por supuesto, energéticas.
Le doy otra visión a la película: Antonie y Olga representan un modelo de vida en peligro de extinción, para nada irreal, pues aún hay personas que su huella de carbono es neutra o incluso positiva. Doy por supuesto muchas cosas, pero, de entrada, si su actividad económica se basa en la agricultura sostenible creo que compensan el uso de su vehículo y su demanda energética. Su modelo de vida ( y no hablo de cultivar tomates en un huerto) sino, de su neutralidad climática nos debe hacer reflexionar si esos grandes aerogeneradores tienen sentido en un sitio donde las acciones son tan humildes.
Como comentas poco se sabe del parque eólico que se expone en la película, pero parece que los aerogeneradores son desproporcionados con la orografía del lugar (como pasa habitualmente). A veces me pregunto si es una cuestión puramente visual, sonora y subjetiva, que quizás en 10 años, lo vemos normal, pero la realidad es que en el ecosistema donde se encuentra no hay ningún ser animado o inanimado que mida 150 metros y emita 80db de forma constante (a pie de aerogenerador). Podremos acostumbraros para una necesidad humana mayor, pero no podremos decir que esté integrado en nuestro ecosistema.
Está claro que, para la seguridad energética de un país, la necesidad energética del actual modelo económico, de sociedad de bienestar, de salud pública… y en un contexto de predominio de tecnologías fósiles y emergencia climática, o se ponen aerogeneradores y paneles fotovoltaicos o nadie podrá probar los tomates de Antonie y Olga.
Hay otra problemática con la aceptación de los aerogeneradores: los vecinos de Olga y Antonie no son ecologistas ni tienen ninguna preocupación energética a “gran escala” simplemente quieren escapar de la miseria rural. Tampoco es justo confundir aceptación a las retribuciones económicas con aceptación a las energías renovables. ¿Cuántos municipios rurales con escasa financiación aplauden cualquier infraestructura (renovable o no) para tener unos ingresos adicionales? ¡Muchos!
Antonie y Olga para mi no representan una pareja, sino un modelo de vida que podría representar a un una pequeña porción del sector primario de nuestro país, que da vida a municipios rurales. Forzar que el que quiere vivir ahí, deba aceptar unas condiciones que no son de su gusto y no querer ver que quien las acepta son en una gran parte por motivos económicos, implica, que el mundo rural tiende a desaparecer. ¿Es inevitable?
Quizás por eso me gusta pensar que una comunidad energética, entendida como las directivas europeas, que busque beneficios sociales y ambientales, además de económicos será la posible solución a tener renovables descentralizadas y también en entornos rurales, de varios tamaños, con aceptación social y “retorno” para el territorio. Pero para ese debe existir una comunidad, por pequeña que sea. Quizás es soñar mucho, pero ¿porque no?
la normativa de 500 metros es un insulto para la gente que no estamos sordos!!
estoy a favor de las renovables, incluso podria plantear-hos otras alternativas cuando acave la vida util de sus parques, para dar-led un nuevo valor anadido, pero lo del ruido es insultante!!
yo vivo cerca de un parque eolico i te asseguro que depende de como sople el viento la cowa cambia vastante
Gracias Jordi por leerme y por el comentario. La distancia es una referencia de mínimos, y que depende también del tamaño de los aerogeneradores. En el ançálisis ambiental de los parques se debe tener en cuenta
Hola Toni, disculpa la demora en responder, ¡me quedó pendiente! Muchas gracias por tus comentarios, muy pertinentes, y por leerme. Un saludo!